El pasado sábado, 23 de junio, el filósofo Toño Fraguas habló de la relación entre la empatía y la humanidad en la sección ‘Filosofía en Pantuflas’, del programa No es un día cualquiera, de Radio Nacional de España (RNE). La empatía es, según Fraguas, el sentimiento que consigue que los seres humanos nos entendamos, por encima del lenguaje, y nos pongamos en la piel de los demás. Dicho de otro modo, se trata de la capacidad de compartir emociones.
En esa ocasión, el filósofo invitó a los oyentes a reflexionar acerca de hacia quiénes somos capaces de sentir empatía. En su opinión, sentir compasión por otros seres humanos parece fácil, pero el ejercicio de ponerse en la piel de otros seres vivos no siempre resulta sencillo.
La llegada del verano en España viene acompañada de una infinidad de festejos que incluyen prácticas como la tortura o el sacrificio de animales, pero, por suerte, cada vez más gente se opone a estas costumbres. Para Fraguas, este es un rasgo de humanidad. Desde el punto de vista filosófico, se puede decir que una persona es más humana cuanto más solidaria es con los animales. “Todos somos humanos e igualmente respetables, pero no todos somos igual de humanos”, afirmó.
El proceso de humanización tiene lugar a lo largo de la historia y de la vida de cada persona. En esta línea, el antropólogo catalán Eudald Carbonell asevera que todos nacemos homínidos, todos somos Homo sapiens a partir del nacimiento y, luego, nos vamos humanizando (algunos más que otros).
De acuerdo con Toño Fraguas, lo que nos hace humanos, en mayor medida, es la capacidad de empatizar, es decir, la capacidad de ponernos en la piel de los demás, ya sean otros seres humanos u otros seres vivos. “Una persona con gran capacidad empática es un ser humano más avanzado, con más habilidades; en general, es más inteligente y más sabio que una persona con poca capacidad empática”, explicó.
Ser empático con las personas cercanas a nosotros nos humaniza, sí, pero esto es lo fácil. Es fácil que nos caiga bien la gente de nuestro equipo de fútbol, por ejemplo. Pero si somos empáticos con gente que pertenece a un círculo cada vez más amplio –como el vecino, el conciudadano, el compatriota o toda la humanidad–, daremos el salto hacia la empatía y el sentimiento de compasión por todos los seres vivos.
La empatía representa uno de los grados máximos de humanización y, por tanto, de habilidad intelectual y afectiva. Siguiendo esta misma línea argumentativa, las personas que sienten empatía hacia los animales y no hacia los seres humanos están igual de deshumanizadas que aquellas personas que solo sienten empatía hacia los seres humanos y no hacia los animales. En el contexto de los festejos taurinos que resurgen en estas fechas, no se debe sentir empatía solamente hacia el toro y no hacia el torero. “Si al torero le pasa algo, uno tiene que empatizar con él”, advirtió.
Conviene señalar que todos nacemos con la potencialidad de ser empáticos, la cual se desarrolla y se consolida con el proceso de aprendizaje de la empatía. ¿Quién nos ha enseñado a ser empáticos? Fraguas está seguro de que todos nos acordamos de los maestros de empatía que hemos tenido. Para que un ser humano desarrolle su empatía hacia los seres vivos y no solo hacia las personas, tendrá que reconocer su condición de animal. Solo así podremos sentir empatía y compasión por otro animal. La empatía no deja de ser una capacidad para identificar semejanzas entre nosotros y otros seres vivos. En este sentido, hemos de reconocernos en otro animal para ser empáticos con él.
La cultura de la tortura y del asesinato de los animales con fines recreativos representa una conducta inhumana. “Quienes la practican no han alcanzado aún un grado de humanización como para darse cuenta de ello”, aseguró. Para justificar la tortura y el asesinato de los animales no vale afianzarse en la tradición o en la costumbre, como se hace habitualmente, ya que también era costumbre en Europa quemar a los herejes y era tradición batirse en duelo a muerte entre caballeros, como señaló el filósofo. Ni siquiera es necesario argumentar demasiado para echar por tierra justificaciones como esta. Del mismo modo, tampoco debería hacer falta mucha argumentación para acabar con la barbarie hacia los animales. Fraguas, en este aspecto, fue tajante: “hay costumbres que tienen que acabar y no vale apelar a la cultura”.
Llegados a este punto, vamos a ponernos en la piel de los taurinos para intentar comprender qué es lo que sienten. Los toreros suelen decir que si uno vive la lidia desde pequeño y crece con ella de la mano de sus familiares, uno no ve nada malo en las corridas de toros. En realidad, esta argumentación sirve para justificar casi todo: donde hay maltrato hacia las mujeres, las personas están acostumbradas a presenciar la violencia machista desde pequeñas y no verán nada malo en ello; en un ambiente de riqueza y abundancia, un niño que ve que sus padres tratan mal al servicio o a las criadas, pensará que esto es lo normal. Son personas educadas en la ausencia de empatía y con capacidades empáticas limitadas.
Las personas que aman los festejos taurinos han tenido una relación afectiva equivocada hacia sus antepasados, asociando el amor a sus ascendientes al amor a la ausencia de empatía hacia los toros. Fraguas lo denomina retribución afectiva: “si mi abuelo, padre, tío, etc. me aman y, además, aman estas prácticas, entonces yo, por amor a ellos, también debo amarlas”. Por un extraño sentimiento de fidelidad hacia sus familiares, inmersa en la dinámica de la retribución afectiva, una persona no solo no ve nada malo en la tortura y el asesinato del animal, sino que puede llegar a disfrutar con el sufrimiento animal y considerar una traición hacia sus antepasados distanciarse de estas prácticas y humanizarse.
En definitiva, el hecho de que nuestro entorno tolere, admire o incluso premie ciertas prácticas no quiere decir que esas prácticas sean correctas y deban seguir vigentes en la actualidad.